En el actual barrio de Villa Urquiza, extraños sucesos tienen como escenario una plaza que antes fue la tercera necrópolis del partido de Belgrano
En el devenir de la bulliciosa Capital hay poco tiempo para recordar el pasado. Sin embargo, los añosos árboles de la actual plaza Marcos Sastre, en el barrio de Villa Urquiza, son los únicos testigos que permanecen de lo que
supo ser un cementerio de vecinos. Inaugurado en 1875 y delimitado por la avenida Monroe, las calles Miller y Valdenegro, y las vías del ferrocarril Mitre, el predio estaba dentro del partido de Belgrano, zona que se constituyó hacia 1874 y formaba parte del trazado de la vieja Buenos Aires, que también incluía al partido de San José
de Flores y al del Centro o casco histórico porteño.
“Era un lugar recóndito dentro de la ciudad”, explica Hernán Santiago Vizzari, historiador de patrimonio funerario y reconocido como personalidad destacada de la cultura por la Legislatura porteña. Según el experto, por ese entonces en ese partido ya existían el viejo cementerio del Oratorio de la Calera, lugar donde los jesuitas pulían rocas y conchillas que encontraban por en cercanías al río y con esto lograban una especie de cal con la que levantaron una capilla. El oratorio tenía su enterratorio al lado, exactamente en lo que hoy es La Pampa y Arribeños, en la zona
conocida como Barrancas de Belgrano. “Hacia 1860 se proyectó un segundo cementerio en lo que hoy es un baldío situado en la esquina de avenida Monroe, Ricardo Balbín, Blanco Encalada y Zapiola. Lo clausuraron tras la inauguración del tercero en la actual plaza Marcos Sastre”, explica Vizzari.
Según el historiador, este último se trataba de un cementerio para el que Juan Antonio Buschiazzo –arquitecto y director de Obras Públicas de la municipalidad en aquellos tiempos, quien ya había diseñado el ingreso de la necrópolis de Recoleta y el viejo pórtico del tercer cementerio de Flores– realizó la obra de acceso. Se le pidió algo austero y, entonces, el profesional ideó un pórtico sencillo en lo que en ese momento era un descampado.
“Allí empezaron a enterrar a los habitantes del partido de Belgrano, incluso había algunas bóvedas notables como la de la familia Agrelo o la del mismo Marcos Sastre”, cuenta Vizzari. Sastre, educador y escritor, era de origen
uruguayo, pero se había radicado en Belgrano y en 1887 falleció en una quinta de esa zona. Fue enterrado en este cementerio, razón por la que la plaza lleva su nombre. No obstante, al clausurarse esta necrópolis sus restos fueron llevados al Cementerio de la Chacarita y más tarde, a pedido de los familiares, trasladados definitivamente al De la
Recoleta.
Contrariamente a lo que se dice, en el cementerio sobre la avenida Monroe no fueron enterrados los muertos por la fiebre amarilla. “Los fallecidos por la epidemia se destinaron a lo que hoy es el Parque Florentino Ameghino, en lo que se conocía como Cementerio del Sur, en Parque Patricios, y también se inhumaron en el actual Parque Los Andes o viejo Cementerio de la Chacarita”, explica el experto, pero de ninguna manera en el campo santo del partido de Belgrano, que recién se inauguró en 1875, cuatro años después del paso de la peste.
Misterios bajo tierra
A lo largo de los años, los vecinos de antes y los de ahora afirman que en la zona de la plaza Marcos Sastre suceden hechos extraños. Las manifestaciones se incrementaron luego de la remodelación, con la instalación de juegos para niños, ejecutada en 2015. “Quienes vivían en la zona aseguraban que veían sombras y escuchaban gritos y quejidos que atribuían al viejo cementerio, y a pesar de que estos fenómenos habían mermado con el tiempo, con los
trabajos de remodelación estos hechos paranormales se reactivaron, en especial en las noches de tormenta”, describe Vizzari. “Esto es parte del folclore que rodea a esta plaza que, aunque muchos no quieren reconocerlo, era un cementerio.
Los vecinos sostienen que en las noches de lluvia intensa se pueden ver las figuras de niños que, durante la madrugada, corren entre los árboles”, añade.
Lo cierto es que, a fines del siglo XIX, al agrandarse y crecer el barrio, sus habitantes rechazaron conservar el cementerio allí. De manera que, hacia 1898, se determinó su cierre definitivo y todo el enterratorio se envió al nuevo Cementerio de la Chacarita. “Lo curioso es que todavía en 1920 se podían ver los techos y algunos restos de las bóvedas abandonadas. En 1921 se proyectó la instalación de una plaza y fue recién entonces cuando comenzaron a demoler los vestigios del antiguo cementerio”, agrega el experto en patrimonio funerario.
La plaza se inauguró finalmente en 1946 y se estableció como un espacio verde sin indicio alguno de que había sido. Para el historiador, es posible que por el temor que generan los cementerios no existen en Buenos Aires recordatorios de los lugares que funcionaron como necrópolis. “Creo que el pensamiento es el de que cuanto menos se sepa, mejor. En el único lugar de la ciudad donde dejaron una cerámica que advierte esta situación es en la plaza 1° de Mayo, en Pasco y Alsina, en el barrio de Balvanera, donde funcionaba el Cementerio de los Disidentes, es decir de todos aquellos vecinos que no profesaban la religión católica”, aclara.
Además, sostiene que en todas las plazas que fueron antiguos cementerios aún quedan restos humanos. “La realidad es que si bien se remueven las lápidas, nunca retiran todo, esto es algo frecuente”, señala. Y es por eso que, cuando se realizó la puesta en valor de la plaza Marcos Sastre en 2015 también los encontraron. “Hallaron hasta una calavera. Recuerdo que un vecino me llamó porque habían descubierto viejas cruces de los ataúdes y hasta huesos, que tiraron en un volquete. Seguramente, el resurgimiento de la actividad paranormal se produjo por esta remoción”, concluye.
Por: Silvina Vitale
Fuente: La Nación